Cuento de Navidad
Una noche, hace mucho, mucho tiempo,
una estrellita emitía desde el firmamento
su suave brillo hacia la tierra adormilada.
Mas pese a su fulgor, la pequeña lloraba.
—No hay astro que menos luz que yo despida.
¿Habrá alguien allá abajo que me mira?
Con tanta estrella magnífica a mi alrededor,
¿alcanza alguien a ver mi tenue resplandor?
Entonces en el Cielo se oyó susurrar
a un ángel unas palabras de pesar:
—Yo también soy pequeño —lloró—.
Si duermo, nadie echa en falta mi voz.
Pues mientras el angelito dormía,
un coro celeste entonó cantos de alegría
que en la noche entera se extendieron,
y al parecer nadie lo echó de menos.
En ese momento subió de la Tierra un sollozo,
el de una gota triste que había perdido el gozo:
—No soy más que una lágrima que nadie ama,
que no tiene nombre y en silencio se derrama.
»Expreso tristeza y pena del corazón
por un revés sufrido o una separación.
Pero pienso: ¡Cuánto mejor sería
si pudiera reflejar alegría!»
Una luciérnaga también se quejaba bastante:
—Soy un simple insecto insignificante.
No tengo la elegancia de una mariposa,
ningún atributo que me haga hermosa.
»Si fuera un pájaro o una flor fragante
irradiaría belleza a cada instante.
¿Cómo puedo estar contenta siendo insulsa?
Los demás no sienten por mí sino repulsa».
Dios oyó con amor desde muy arriba
los gemidos de Sus criaturas queridas.
—¿Por qué se lamentan si los hice a la perfección,
siguiendo los dictados de Mi corazón?
»Estrellita, resplandece, pues un pastorcillo
se alegrará al descubrir tu brillo».
Y al besar Dios la estrella, el zagal la vio
y se quedó mirándola con ilusión.
En un pesebre, entre pajas, yacía un niño.
Dios se volvió al ángel y dijo con cariño:
—Para ti especialmente compuse un dulce canto.
Cántaselo a Mi Hijo y calma Su llanto.
»Tú, lágrima, mostrarás la emoción presente
en el corazón de Su madre: lentamente
por su suave mejilla resbalarás
hasta besar la sonrisa que adorna su faz.
»Y ¿dónde está Mi luciérnaga —Dios dijo—.
Por favor, baila para Mi Hijo.
Revolotea en la oscuridad.
Emite luz con intensidad».
Bailó la luciérnaga, brilló la estrella,
arrulló el ángel, corrió la lágrima aquella.
Cada uno de ellos, aunque era pequeño,
cumplió su papel en el divino diseño.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustraciones: Agnès Lemaire. Color: Alvi. Diseño: Stefan Merour.© La Familia Internacional, 2010